sábado, 9 de febrero de 2013

EL ASOMBROSO CINISMO


Hace un rato escuché en Radio Nacional un aspecto que no había tomado en cuenta. Hablaban de los chicos maltratados en el Jardín de Infantes Tribilin,
-aquel que el Intendente de San Isidro (Posse)- dijo que no tenía habilitación y sin embargo fue beneficiado por su suegra para no pagar impuestos. Decían en el programa radial que nadie pensó en el sufrimiento de los hijos de Kiciloff cuando fue víctima de la canallada en el buquebus. Cuentan los testigos que el mayor de sus hijos se tapaba la cara y el más pequeño (de dos años) se puso a llorar. ¿Cómo olvidar que su padre fue insultado y calificado de chorro, judío de mierda, hay que tirarlo al rio? ¿Qué pasara en su cabecita inocente y cuanto de ese recuerdo puede perturbarlo?. Coincidí con el comentario, y luego mi sorpresa fue mayor al enterarme que, pese al rechazo general frente a este ataque, hubo voces “discordantes” y, que la peor fue la de Gil Lavedra, legislador por la UCR, abogado constitucionalista, pretendido demócrata que dijo, más o menos, que Kiciloff “se merecía lo que le sucedió”.
Entonces busquemos en los antecedentes del “demócrata” en cuestión. Porque más allá de todo lo que conocemos de la UCR y su responsabilidad en el desastre que desemboco en la huida de De la Rúa en helicóptero mientras la policía asesinaba argentinos, el señor diputado tiene en su haber su papel de defensor acérrimo de las empresas que justamente, joden y han jodido al gobierno nacional…es decir a todos nosotros, los argentinos.
El asombroso cinismo de muchos protagonistas de la política nos deja atónitos. La inmoralidad de Patricia Bullrich, la traición de los principios de Victoria Donde, la ineptitud soberbia de Hermes Binner, y la constante, histórica traición a la patria de los Duhalde, los Aguad y los Macri, que sin embargo, se atreven a levantar el dedo para juzgar los logros de Cristina Fernández, por incapaces de llevarlos adelante ya sea por cómplices de la oligarquía, o cuanto menos por cagones.
Es imprescindible entonces, que nos informemos (a fondo) de los negocios y trapisondas de estos sujetos. Difundirlas, compartirlas y tenerlas presentes para los debates tan necesarios en estos momentos.
Llegar a la elecciones con la profunda convicción de haber podido transmitir (hasta en una suerte de militancia barrial) las verdades y las mentiras. No solo en las redes sociales sino en las plazas (mientras tomamos unos mates), en los comercios del lugar, en las rondas de café.
El Pueblo (nosotros) quiere saber de qué se trata. Comencemos a cumplirlo.